domingo, 1 de marzo de 2009

CAPITULO UNO. CELIA

Celia miró a través de la ventana de la sala de estar y vio como las nubes de tormenta habían inundado el cielo claro y despejado de primavera en pocos minutos. Las gotas de lluvia comenzaron a caer casi al instante y se sentó en el sofá para contemplar como el agua regaba todo el jardín de casa. El limonero que había plantado hacía una semana comenzó a moverse por el repentino viento que se había levantado.
- Tendré que asegurar su tronco con un palo grueso- se dijo mientras lo observaba y rezaba para que no se cayese. Decidió salir al jardín y asegurar el árbol antes que esperar a que el viento lo destrozase.
Se calzó las botas de agua y salió al jardín con el soporte para el árbol. Las gotas de lluvia mojaron toda la ropa y el pelo de Celia pero a ella no le importó y protegió al árbol con unos alambres alrededor del palo y el tronco del limonero. Después de acabar con el trabajo corrió hacia la entrada de la casa por el jardín y se dirigió hasta su cuarto para quitarse toda la ropa y ponerse su albornoz blanco. En ese momento llamaron por teléfono.
- ¿Diga?- dijo mientras se quitaba el exceso de agua de su pelo con una toalla.
- Hola cariño - era una voz femenina
- ¿Mamá?
- pareces sorprendida de oírme
- ¿No estabas en Mikonos?
- Y lo estoy, pero quería asegurarme de que estabas bien.
- Mamá, solo hace un día que te marchaste y ya sabes que papá lleva un mes fuera de casa en otra de sus excavaciones en Egipto.
- Lo se, pero es que…- su madre no vivía con ellos desde hacía cinco años y seguía preocupándose cada vez que su ex marido dejaba a su hija sola en casa tanto tiempo
- Siempre estoy sola, mamá
- Lo se, lo se pero eres mi única hija y me preocupo por ti.
- Y te doy las gracias, pero tú disfruta del sol griego y vuelve con un montón de fotos que enseñarme y muchas anécdotas que contar.
- De acuerdo. Cuídate.
- Y tú también.
Y acto seguido colgó el auricular y abrió la cómoda para sacar ropa limpia.
Después de vestirse fue hasta la cocina para prepararse un chocolate caliente como merienda. No es que lo hiciera de una forma habitual pero aquella tarde le apetecía leerse un buen libro en el sofá del comedor con una taza bien caliente de chocolate.
Con la taza de chocolate recién hecho se dirigió hasta la sala de estar y se sentó en el mullido sofá. Dejó la taza apoyada en la mesita central toda de madera y de estilo colonial y cogió el libro que llevaba varios días leyendo titulado El mundo de Sofía.

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