No fue al día siguiente sino dos días después, cuando Stena pudo caminar con normalidad y sin notar flaqueza en sus piernas, cuando pudo ir acompañada por Breogán para ver el campamento de su clan.
Fue ahí donde su madre le dio a luz y donde creció feliz hasta cumplir los siete años, porque esa fue la primera vez que la tribu de los Marlon los atacaron. Salieron vencedores pero a costa de la abuela de Stena y de dos miembros jóvenes del clan. Desde entonces se decidió tener un emplazamiento alejado de aquella zona por si las cosas no salían bien y la tribu se dividió en varias aldeas: la principal y en la que Stena había nacido y otra más allá de las Montañas Blancas. Era un secreto el segundo emplazamiento y por eso Breogán no sabía hacia donde se habían dirigido los Kanla una vez los atacaron los Marlon.
Los Marlon eran saqueadores. Se aprovechaban de la flaqueza de una tribu, en un momento dado, y los atacaban para llevarse comida y todo lo que podían pillar. Aquella noche, aprovechando que los Kanla buscaban a Stena atacaron el poblado y arrasaron cuanto pudieron. Ese era uno de los motivos por los cuales Stena se sentía tan mal. Había sido culpa suya el que sus padre movilizaran a toda la tribu para buscarla, y todo por una estúpida rencilla con su primo. El jabalí hembra la había pillado desprevenida mientras bebía en un arroyo. El animal que también se había acercado con sus crías al agua y la había visto como un peligro. La atacó mientras ella se encontraba sumida en sus pensamientos. Su padre se hubiera avergonzado de ella por estar, otra vez, en las nubes. Uno no podía despistarse en el Bosque Profundo y mucho menos agacharse a beber agua sin agudizar sus otros sentidos. Pero estaba tan enfadada con Targum que mientras buscaba una forma de vengarse, en su mente, no se dio cuenta de la presencia del animal salvaje y no pudo esquivarlo a tiempo. Fue embestida cayendo al suelo asustada. Unos aullidos de lobo la habían salvado de seguir siendo arroyada por el jabalí, pero para verse en otro peligro mayor. Herida y con el clan de los lobos detrás de ella. La diosa Andrastra no debía de estar de su parte aquella tarde y deseaba un sacrifico humano para sus hijos: los lobos del Bosque Profundo. Corrió todo lo que pudo pero sabía que era inútil en su estado. La herida le sangraba mucho y los lobos no pararían hasta encontrarla. Corrió sin rumbo y adentrándose más en el bosque y cuando fue rodeada por Kanla y los suyos algo los asustó y se marcharon. Ella cayó al suelo medio desmayada y fue entonces cuando la encontró Breogán.
Ahora estaba caminando junto al muchacho para llegar hasta su hogar arrasado por los Marlon. Tuvo que pararse varias veces antes durante el trayecto. Ambos caminaron silenciosos y en espera de que la loba Kanla los pudiera localizar, pero ella ya no sangraba y dudaba de que pudieran dar con ellos a plena luz del día. Sus horas de caza eran nocturnas, y durante el día se refugiaban en las Cuevas Perdidas, en lo alto de las Colinas de Rashi, así que no estaban en peligro. Al menos por el momento.
Cuando llegaron Stena se quedó sin aliento. Todas las cabañas estaban quemadas. No había quedado ninguna en pie. La muchacha se paseó entre los escombros hasta llegar a la cabaña de su familia, cayó de rodillas al suelo y puso las manos en la tierra. No lloró pero sí se le hizo un nudo en el estómago y a punto estuvo de vomitar, pero la presencia de Breogán evitó que lo hiciera. Se levantó abatida y se acercó hasta las tumbras que habían echo un poco alejadas de las cabañas. Eran diez. Stena se agachó sobre la primera y excavó un poco en el centro de la misma para descubrir un pañuelo de color rojo: pertenecía a la anciana Tanara. Sostuvo la prenda unos segundos contra su pecho murmurando una serie de plegarias y luego la volvió a dejar en su sitio. Así fue repitiendo el proceso con todas las demás tumbas. Cuando hubo terminado se levantó con las manos llenas de tierra y miró al cielo. Unas lágrimas brotaron de sus ojos y cayeron por sus mejillas. Breogán no dijo nada y la miró el silencio sin acercase a ella.
- Tanara, Kalara, Tomar, Elandin, Yonan, Naneo, Bolanika, Entarka, Ena y …. Annaka que vuestras almas descansen en paz- Stena miró la última tumba y volvió a arrodillarse junto a ella. - lo siento madre.
Un ruido a sus espaldas hizo que ambos muchachos se dieran la vuelta sorprendidos. Un desconocido salió de la espesura del bosque y los miró incrédulo. Mediría casi dos metros, rostro alargado y una espesa barba negra al igual que el cabello que le llegaba hasta los hombros, todo enmarañado. Vestía calzas negras y una camisola de color blanco y llevaba sobre sus hombros pieles de conejo grises . Varios amuletos colgaban de su cuello. Stena reconoció uno de los colgantes y lo miró horrorizado. Aquella piedra negra de forma redondeada y con una muesca en uno de los costados había pertenecido a su madre. Ese hombre era un Marlon. No había visto nunca a ninguno de ellos pero lo supo con certeza.
- Breogán, es un...- le dijo alerta Stena mientras se levantaba.
- Un Marlon, si- dijo el hombre sacando su espalda del cincho que le colgaba de la cintura.- ¿y quienes sois vosotros?