CAPITULO SIETE. UN CAMBIO DE AIRES
Cuando Celia entró en la estación de autobuses una oleada de gente la rodeó casi al momento. Era viernes por la mañana y los viajeros se amontonaban en las colas para comprar los billetes. Muchos de ellos por viajes de placer de fin de semana. Arrastró su maleta azul marino de ruedas por el parquet de la estación hasta bajar por las escaleras mecánicas y se dirigió hasta la tienda de periódicos. Desde los cristales del local pudo ver que había cola para pagar pero como necesitaba comprar algunas revistas no le importó esperar un rato. Además, su autocar no salía hasta dentro de media hora y tenía tiempo de sobras para comprar también algo de picar en la tienda de golosinas.
Después de gastarse más de diez euros se sentó en uno de los bancos de metal que había frente a la zona donde aparcaban los autobuses que iban a salir y, cruzando sus piernas, miró hacía los otros viajeros.
Celia se fijó en una pareja de jóvenes abrazados en el andén y besándose como si no se fueran a ver nunca más. Se sintió un poco cohibida al perturbar su intimidad pero siguió mirándolos con interés. El joven, después de colocar su maleta en el portaequipajes volvió a besar a la chica y se despidió. Ella se quedó esperando hasta que el autobús arrancó y después de dedicarle su último adiós con la mano miró el reloj y se marchó de la estación.
En las pantallas anunciaron que el autocar con destino a Zaragoza estaba preparado para que la gente subiera, así que Celia se levantó con tranquilidad y se acercó hasta el gran autocar azul con letras en blanco que ponía ENATCAR. Dejó su maleta en la panza del vehículo y después de darle el billete al conductor se sentó en su número de asiento asignado que estaba en la ventanilla. Miró hacia afuera para ver como los viajeros se amontonaban para dejar también sus maletas en el mismo sitio que Celia.
- Perdona- exclamó una voz femenina a su costado- ¿Eres Celia?
- Tu debes de ser Laia- la nueva dependienta de su madre vestía con unos pulcros tejanos negros y una camisa blanca a rayas también negras. Su pelo era castaño oscuro y lo llevaba recogido en una coleta con pasadores a los lados para que no se le soltase ninguna brizna. Laia se sentó junto a ella y se dieron la mano.
- Me alegro de conocerte.
- Siento el repentino viaje que te hemos propuesto nada más empezar tu trabajo.
- No importa. Al final las circunstancias hacían que mi jefe tuviera que cerrar la tienda y no le ha molestado que me marchara de esa forma. Si las cosas hubieran sido diferentes no podría haber aceptado el trabajo tan repentinamente.
- Lo entiendo.
- Marta, la chica que se encarga de la tienda en estos momentos no me ha explicado con exactitud todo el viaje.
- Si, perdona es que no lo sabía todo. La cuestión es que tenemos un lote importante que mirar en Zaragoza y nos corría prisa por mirarlo. Mi madre suele ocuparse de estas cosas pero está de viaje aún y por eso me ha encargado a mi.
- Genial. Me encanta la decoración y los muebles que tenéis en la tienda son preciosos.
- Gracias. Los suele escoger mi madre de diferentes ciudades y luego nos los envían. En general las tiendas lo miran todo por catálogo o por Internet y lo encargan pero a mi madre le gusta ver los muebles en persona y además le encanta viajar.
- Marta también me ha dicho que estaremos dos días allí.
-Si, tengo otro asunto que atender que te lo comentaré cuando lleguemos.
-¿ Y donde dormiremos?
- En la casa que tiene mi madre en Zaragoza. Es herencia de sus padres que nacieron y vivieron en esa ciudad.
- Así que tu madre es maña.
- De pies a cabeza.
En ese momento el autocar comenzó a moverse y salieron de la estación del Norte. Se pasaron todo el viaje conociéndose un poco a lo que Celia no tuvo ocasión de abrir ninguna de las revista pero compartió los Lacasitos que había comprado.
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