miércoles, 4 de marzo de 2009

CAPITULO TRES. EL INCIDENTE

Juan apresuró la marcha por la calle Don Jaime I al darse cuenta de que le seguía alguien. Había mirado atrás para saber de quién se trataba pero sólo estaba él y las sombras que proyectaban las luces de las farolas.
Eran las doce de la noche cuando una llamada a la habitación del hotel le había despertado. Se trataba de Mauricio, un amigo de la universidad y con quien había mantenido unas serie de emails en los últimos meses. Sus conversaciones se basaban en unas posibles pruebas sobre una nueva localización, cerca de El Cairo, de una tumba faraónica. Había hablado de todo aquello con Mauri porque él tenía amigos influyentes a los cuales podía acudir si necesitaba más tiempo para seguir con su búsqueda en tierras africanas. Su periodo de excavación expiraba en pocas semanas y no tendría tiempo de encontrar el emplazamiento y excavarlo. Juan había quedado en ir a visitarlo a Zaragoza, ciudad donde residía, para hablar en persona sobre su investigación y habían quedado a la mañana siguiente en la puerta de La Seo pero la llamada de la noche le había preocupado porque había cambiado la hora para quedar con él a las dos de la mañana en el mismo lugar. Eso lo había inquietado.
Llegó hasta la Plaza de la Seo, desierta, y se metió las manos en los bolsillos de la chaqueta al notar como el frío cierzo de primavera comenzaba a soplar.
Estuvo más de una hora esperando hasta que vio acercarse por la plaza del Pilar a Mauricio. Andaba muy deprisa y cuando llegó hasta él le empujó para que siguieran andando
- ¿Qué pasa?- exclamó Juan asustado.
- Vamos- le dijo- no nos podemos quedar parados aquí.
- ¿ Por qué?
Rodearon la Basílica por el lado izquierdo hasta llegar a la calle Mundi y torcer hasta el río.
No pudieron seguir más porque un hombre les cortó el paso.
- ¿ Tenéis prisa?- dijo con tranquilidad.
Ambos hombres se pararon en seco y Mauri empujó a Juan para dar la media vuelta sin hacer caso a aquel desconocido, pero otro hombre se interpuso en su vía de escape.
- Este es el final de trayecto- dijo el otro.
- ¿Quiénes son ustedes?- dijo Juan. Aquella situación no le estaba gustando nada y el temblor de su acompañante no ayudaba a amainar el temor que estaba empezando a sentir.
- Unos amigos de Román.
- ¿Román? No conozco a ningún Román- exclamó Juan incrédulo.
- ¿A que tu amigo sí que lo sabe?
Juan miró a Mauricio quien estaba sudando a mares pero no dijo nada. Simplemente comenzó a correr dejando atrás a Juan. Uno de los dos desconocidos salió corriendo para perseguirlo.
- ¿Qué quieren?
- Toda la información de la excavación
- ¿ De qué está hablando?
- De su excavación en Egipto Doctor Cazorla.
-¿ Cómo sabe mi nombre?
- Eso no importa. Sólo quiero la información.
- Pero no la tengo aquí.
- Sólo necesito su clave de acceso para entrar en su ordenador.
Estos hombres sabían de que iba su trabajo y querían quitarle todos sus meses de dura investigación.
- No pienso darle mi clave.
- En ese caso…- dio mientras sacaba una pistola entre su ropa.- no tendré más remedio que matarle
- Entonces no tendrá mi clave.
- No esté tan seguro, su familia quizás la sepa- y acto seguido le golpeó la cabeza con la culata.
Lo último que vio Juan antes de desmayarse fue un coche que había aparcado frente a ellos, y su último pensamiento fue para su hija Celia.

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