Llevar encerrada varios días en aquella cabaña y sin poder moverse de la cama la reconcomía por dentro, pero lo peor de todo no era el echo de encontrarse inmóvil en un lugar extraño, sino que no sabía qué había sido de sus padres y su hermana Naria. Los imaginaba, uno tras otro, tirados inertes en el suelo rodeados de los bárbaros Marlon incendiando todas sus cabañas. Y una y otra vez no hacía más que repetirse que no podía darse por vencida, la esperanza era lo único que no podía perder. En cuanto tuviera fuerzas saldría de la cabaña de Tardin e iría a su campamento para ver las tumbas de los fallecidos. Cada familiar enterraba en la primera capa de tierra de la sepultura un objeto personal del que estaba enterrado allí y ella sabría si pertenecía a su familia o no.
Un olor a estofado comenzó a inundar toda la cabaña. Aquella misma mañana a Tardin le habían pagado sus pociones con un trozo bien grande de ciervo y había mirado a Stena radiante mientras lo introducía en la olla junto con las verduras troceadas. La muchacha había empezado a tomarle cariño al anciano que intentaba ser lo más amable con ella y la ayudaba en todo lo posible. Otra persona habría visto en Stena un fastidio por ocupar su catre y por comer su comida, pero allí estaba Tardin, la mar de contento y dispuesto a compartir todas sus posesiones con ella. Ahora el anciano había tenido que dormir en un pequeño catre improvisado en el otro rincón de la cabaña, con un montón de paja que le había traído Breogán y que Tardin había rociado con una pócima especial para matar a todos los piojos que pudieran haber dentro. Colocando un par de mantas encima y otra para taparse al anciano no le había importado tumbarse allí. Stena le había dicho que ella podía dormir muy bien en ese segundo camastro, pero Tardin se había negado en redondo, a los invitados nunca se les hacía dormir en el suelo. No quiso ni discutir el tema más de lo necesario y cuando Stena lo insinuaba él simplemente canturreaba una melodía mientras toqueteaba sus botellitas de cristal llenas de extrañas pócimas de mil colores.
Breogán aparecía por allí todas las mañanas y las tardes con la excusa a sus padres de ayudar al anciano porque había sufrido un dolor terrible piernas y no podía apenas moverse. Era una buena excusa que lo eximía de sus otras obligaciones, pero eso no podría durar mucho más y si no se dedicaba a la caza comenzarían a sospechar que algo no andaba bien. Stena no le gustaba cuando el muchacho rondaba por allí, la ponía nerviosa e intentaba siempre hacerse la dormida o leer alguno de los cuatro libros del anciano que guardaba con tanto amor. A veces le echaba un ojo y encontraba con que Breogán estaba observando siempre. Eso le daba mucha rabia y giraba la cabeza molesta y a la vez avergonzada por dejarse llevar por su curiosidad.
La carne del estofado se le derritió a Stena en la boca, estaba delicioso junto con las patatas, un trozo de pan blanco y un buen trago de vino rebajado. Hacía muchos día que no comía algo tan delicioso y dio las gracias a Tardin. Le preguntó qué especias le había echado pero el anciano negó con la cabeza y dijo que era una receta secreta que sólo el conocía.
Después de despertar de una larga siesta y notando que su cuerpo se encontraba bastante descansado se incorporó de la cama y tocó con los pies el suelo. Tardin la observó sin decir nada y ella se levantó ayudada por él. A Stena le gustó sentir el frío suelo de nuevo pero las piernas le temblaban un poco. La herida del hombro estaba cicatrizando y aún así aún se notaba débil. Qué pensaría su primo Targum si la viera así. Lo más probable era que se burlara de ella,como hacía siempre.
Yo puedo sola- le dijo a Tardin envalentonada mientras tenía la cara de su primo en la cabeza riéndose.
¿Seguro?- Tardin no parecía estar de todo convencido de soltarla, pero lo hizo. Stena se tambaleó varias veces antes de llegar a la mesa del centro de la cabaña y cuando sus manos tocaron una de la sillas sonrió satisfecha.
¡Genial!- Stena escuchó la voz de Breogán que acababa de entrar en la cabaña y sorprendida por aquella intromisión cayó al suelo desconcertada. Miró hacia atrás a tiempo para ver como ambos corrían a socorrerla pero la mirada que les echó hizo que se pararan en seco. Ella se levantó de nuevo y se sentó en la silla.
Mañana iré a ver las tumbas de mi pueblo- dijo decidida.
Aún no puedes salir- le dijo con amabilidad el anciano- tus fuerzas no están aún recuperadas.
No importa. Tengo que ir a verlo con mis propios ojos.
Yo te llevaré hasta allí- dijo serio Breogán.
Gracias.
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