Enara se levantó aquella mañana con una incómoda sensación en los pies. Abrió los ojos y miró para ver de qué se trataba. Diablo, el perro de su bisabuela descansaba sobre la cama apretujado contra sus piernas. Era un terranova, un perro negro de gran tamaño y de pelaje abundante de cinco años de edad. Cuando lo vio la madre de Enara casi se desmaya del susto. Ellas habían pensado que se trataría de un pequeño perro faldero, pero se habían equivocado y en su lugar un enorme terranova había llenado la cocina, que Leonor había estado limpiando toda la tarde, de babas mientras meneaba la cola contento de volver a su hogar.
Enara se incorporó y se levantó de la cama con sumo cuidado para no despertar a Diablo. El animal gruñó ante el repentino movimiento del colchón pero en vez de despertarse de arrebujó más contra sí mismo y siguió durmiendo. Después de la cena de ayer por la noche madre e hija se habían puesto al día sobre los cotilleos del pueblo porque, siendo Pepa la dueña del colmado de la plaza, era la primera en enterarse de las cosas. Pepa también mencionó a un antiguo amigo de Leonor, Tomás, que había heredado la tienda de libros de su padre y ahora la llevaba junto a su hijo de dieciocho años Diego. Enara se enteró de que su madre había tenido una relación con el tal Tomás cuando era joven y que también había roto con él. Nunca se había llegado a plantear que su madre pudiera haber sido joven como ella, pero así había sido. Había pasado varios veranos en Villa Marina junto a sus padres, justo antes de que se separaran, y su abuela Blanca. Leonor nunca le había mencionado nada al respeto, sólo que sus abuelos se separaron de mutuo acuerdo cuando ella era adolescente y se había ido a vivir con su madre a un piso de Barcelona en alquiler. Luego, Leonor se había casado con Joan, el padre de Enara y justo cuando ella nació su padre murió en un accidente de coche. Sabía que tenía una bisabuela en un pueblo costero porque su madre se lo había dicho de pasada pero no la había mencionado apenas y ella tampoco había sentido un interés especial por ello.
Enara se dirigió al cuarto de baño del segundo piso. Era muy grande, con una gran bañera de porcelana blanca de estilo victoriano. Al lado contrario también había una pequeña ducha con mampara de vidrio templado que llegaba hasta el sueño y que había sido colocada recientemente. Enara se quitó el pijama y se metió en la ducha. Tenía termostato incorporado, y tras pasarse unos segundos ajustando la temperatura, ni muy fría ni muy caliente, el chorro de agua cayó sobre su cabeza despertándola de golpe. Una vez se hubo restregado con una esponja que habían traído de casa, al igual que los champús,salió de la ducha y cogió una toalla de playa que su madre había colocado el día anterior allí. Volvió a su cuarto, Diablo aún dormía así que con cuidado sacó unos tejanos cortos, un sujetador blanco y una camiseta de tirantes también blanca. Se calzó con unas Converse y bajó las escaleras que llevaban hasta el recibidor de la primera planta.
Antes de desayunar decidió inspeccionar con mayor detenimiento la sala de estar porque el día anterior se había fijado en la cantidad de libros que tenía su bisabuela apilados por todos los lados de la estancia.
La sala de estar era un amplio salón con un gran ventanal, bajo éste habían echo un gran arcón con un apoya espaldas lleno de cojines para sentarse a leer con comodidad y aprovechar la luz del día. También había un sofá rinconero verde oscuro de tres plazas sólo que en vez de estar apoyado en una pared, y como el nombre indica en un rincón, estaba colocado justo en mitad de la estancia y frente a él había dos sillones tapizados en verde manzana con amplios respaldos. El suelo era de parquet de color sucupira, de un marrón intermedio entre el oscuro y el claro. Su madre le había dicho que Blanca había echo un montón de reformas en la casa hacía poco tiempo porque ella no la recordaba así, sino más bien una casa antigua llena de muebles desgastados y alfombras roídas, en cambio se habían encontrado con la casa en perfecto estado y lista para ser usada.
Enara se acercó hasta el primer estante que encontró y pasó un dedo por los lomos de los libros. El lado derecho de la estancia era una enorme estantería que llegaba hasta el techo lleno de libros mientras que la otra pared no había más que un gran cuadro pintado al oleo de un campo de amapolas. Le gustaba el tacto liso de los lomos de los libros pero su dedo pasó por un libro distinto. Miró con mayor detenimiento y se percató de que el libro en cuestión era bastante grueso y lleno de pliegues en su lomo. No tenía ningún título que lo identificara y eso le extrañó. Lo cogió con las manos y se sorprendió de que no pesara casi nada. La portada tenía dibujada una salamanquesa en relieve. Lo abrió y en vez de encontrarse un montón de hojas vio un hueco en ellas. Dentro había un anillo y un sobre y los cogió. Se trataba de un anillo con la misma forma que la portada sólo que ésta salamaquesa se mordía la cola para formar el ovalo del anillo. Parecía de oro y Enara se lo puso en su dedo corazón. Le encajó a la perfección. Luego abrió el sobre, en él había una simple anotación que estaba dirigida a su madre: para mi Leonor, que abra las puertas al infinito y me encuentre entre las sombras. Enara entonces decidió quitarse en anillo pero cuando fue a sacárselo tuvo la sensación de que la salamanquesa se había apretado más a su dedo. Intentó arrancárselo a la fuerza pero no pudo. Con la carta en su mano se dirigió hasta la cocina y allí se encontró con su madre que estaba desayunando.
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