Leonor aparcó su Skoda en una calle pegada a la plaza principal de VillaMarina y ambas bajaron con las piernas algo entumecidas y con la sensación de aturdimiento después de un viaje tan largo. Rastrearon la zona en busca de la calle Martín, que era donde estaba ubicadas las oficinas del bufete de abogados Rodriguez y Asociados y dieron con un edifico de dos plantas, sobre la farmacia del pueblo.
Vieron un cartel de color dorado y letras negras que situaba las oficinas en la segunda planta del edificio. Llamaron al timbre.
Diga- exclamó una voz de mujer algo distorsionada por la calidad del aparato.
Hola, tenemos visita esta mañana con uno de sus abogados.- dijo Leonor seria
Si, adelante.- Un pitido advirtió a Enara para que empujara la puerta y entraron dentro.
El portal era bastante amplio. Con un sillón negro en el lado derecho y un gran ficus al otro lado le daban un aspecto algo mejor del que hubiera tenido si no hubiera nada, porque la pintura de las paredes estaba algo desgastada y había algunas manchas a causa de la humedad. El olor a rancio se palpaba en el aire y a Enara aquel olor le recordó a las casas antiguas del casco viejo de la gran ciudad, las cuales debían de tener más de cien años de antigüedad. Subieron hasta la segunda planta y allí una mujer joven les abrió la puerta con una radiante sonrisa
Buenas tardes, soy Alicia secretaria de Rodriguez y Asociados- les dijo haciendo un ademán para que pasaran al interior.
Buenas tardes. Llamé la semana pasada para concertar una cita.
Usted debe de ser la señora Parra. Esperen aquí hasta que les pueda atender uno de nuestros abogados ¿Desean algo de beber? ¿Café, Coca Cola?- la última palabra iba dirigida a Enara porque la miró a ella.
No gracias.- dijeron ambas al unisono.
La secretaria volvió a su mesa de trabajo que se encontraba al final de la estancia y frente a la puerta de entrada. Se sentó en su mullida silla giratoria para seguir tecleando en el ordenador. Enara vio los exagerados movimientos de la joven con su cabello rubio ceniza como en un anuncio de champú. Sonrió por lo bajo y luego Enara y Leonor se sentaron en un incómodo sofá de cuero negro que hizo un ruido espantoso al acomodarse en él, y contemplaron en espacioso recibidor lleno de cuadros a la acuarela de diversos paisajes de la zona, todos ellos con marcos blancos lisos. Enara decidió coger una revista de moda que descansaba junto a ella sobre una mesita de madera oscura mientras su madre cruzaba las piernas y miraba a ninguna parte en concreto. A los diez minutos un pitido del interfono de la secretaria hizo que Enara levantara la vista de la revista y vio como la secretaria la miraba sonriendo mientras contestaba el teléfono.
Ya pueden pasar- les anunció la joven mientras se acercaba a ellas. Ambas la siguieron por un pasillo hasta llegar a una puerta de color vengué y entraron en un amplio despacho con un gran ventanal al fondo, desde donde se podía ver parte del puerto. Detrás de una gran mesa había un hombre muy joven, más joven de lo que Enara hubiera imaginado. Era rubio, igual que Alicia y tenía unos ojos de un azul tan claro que daba algo de impresión mirarlos. Él rodeó la mesa y se acercó hasta ellas para estrechar las manos de ambas.
Encantado de conocerles, me llamo Beltrán Rodriguez- dijo con una cordial sonrisa que Enara pensó que se le iba a salir de la cara.
Es un placer- dijo Leonor amable.
Acomódense- cuando estuvieron sentadas en las dos sillas frente a la exagerada mesa del abogado él se sentó, buscó una carpeta y la abrió.- aquí tengo el testamento de su abuela Méndez, la cual les deja Villa Tokay y todo su efectivo bancario. Deben saber que si no quieren la casa puede disponer que sea puesta en venta.
De acuerdo - se extrañó Leonor de escuchar la palabra efectivo.
Después de pagar los impuestos de sucesión y nuestros honorarios le quedan unos quinientos mil euros- dijo sin levantar la vista del papel.
Entiendo- Leonor se quedó anonadada en el asiento al escuchar la cifra que le acababa de decir el abogado ¿ Su abuela le iba a dejar tanto dinero?
También tengo una carta para usted con órdenes explícitas de entregársela cuando ella falleciera.- Beltrán le extendió la carta y Leonor la cogió con manos temblorosas sin acabar de creer lo que estaba pasando.- ahora debe de firmar un par de documentos conforme ha recibido la herencia y ya está.
Leonor asintió al abogado y firmó todo lo que Beltrán le dijo.
Ah, una última cosa- dijo Beltrán cuando se levantaron ambas para marcharse- tienen que ocuparse del perro de su abuela. Ahora lo tiene la señora Pepa, la de la tienda de comestibles de la plaza. Se ha quedado con el animal desde el funeral pero ella no puede quedárselo.
Nos haremos cargo de él.
Madre e hija se marcharon del despacho y tras despedirse de Alicia bajaron las escaleras sin decirse nada.
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