Tener que pasar las vacaciones de verano lejos de sus amigos no eran los planes perfectos que había pensado Enara un mes antes de acabar las clases, y ni la recompensa por aprobarlas todas, pero ese era el plan que su madre había echo sin pensar en ella.
El lunes, su madre Leonor, había recibido una carta del un bufete de abogados llamado Rodriguez y Asociados los cuales le comunicaban el fallecimiento de su abuela materna Blanca Méndez. Le dejaba a Leonor una herencia no esperada, se trataba de Villa Tokay una casa en la cual había pasado varios veranos siendo pequeña. El abogado le explicaba que la señora Méndez había deseado que la Villa pasara a su única nieta Leonor Parra.
El martes Leonor se pasó todo el día pensando qué hacer con Villa Tokay. Hacía años que no iba por el pueblo costero donde su padre había nacido, y no estaba segura de querer volver. Por otra parte era un recuerdo que guardaba con nostalgía en su mente y deseaba ver de nuevo aquel paisaje que tanto la había embriagado de niñez.
El miércoles ya tenía decidido vender la casa de su abuela. Tenía que volver al pueblo y buscar una inmoviliaria después de ver el estado de la propiedad. No sabía cómo había dejado Blanca su casa, si la había cuidado o por el contrario la había dejado que el paso de los años la destruyera.
Y por eso el jueves, cuando llegó Enara de una de sus últimas clases del instituto antes de empezar las vacaciones Leonor le soltó la bomba: se iban a pasar todo el mes de agosto en un pueblo costero olvidado en el mapa. Enfadada estuvo el viernes y parte del fin de semana, y el lunes por la mañana su hija amaneció sin refumfuñar y comprendiendo el motivo de un viaje tan repentino.
Julio pasó tan rápido que Enara, que acababa de cumplir 16 años ese mismo mes, se dio cuenta de que llegaba el día en que debía marcharse y aún no se había echo a la idea de abandonar la gran ciudad. Cuando se lo contó a Sandra, su mejor amiga y compañera de natación, ésta pasó de la incredulidad al asombro. Algo enfadada por el repentido abandono de su amiga a punto de llegar agosto, el mes preferido de ambas, se despidieron aquella tarde y Enara se marchó a su casa, con la promesa de que chatearían todos los días para ver como les iba durante el mes.
Enara se quedó encerrada en su cuarto preparando la maleta mientras cantaba melacólicas canciones y sintiéndose desgraciada por tal destino cruel.
A la mañana siguiente madre e hija partieron en un viejo Skoda Octavia, cargado hasta los topes de bultos y con la promesa de pasar unos agradables días una junto a la otra, o eso era lo que tenía en mente Leonor mientras escuchaba los contínuos reproches de su hija, que le iban entrando por un oído y salían por el otro.
Tardaron poco más de cinco horas en llegar a VillaMarina, el pueblo donde Leonor había pasado dos de sus mejores veranos siendo adolescente y justo antes de que sus padres se separaran y su vida se desmoronase nada más cumplir los 18 años.
El lunes, su madre Leonor, había recibido una carta del un bufete de abogados llamado Rodriguez y Asociados los cuales le comunicaban el fallecimiento de su abuela materna Blanca Méndez. Le dejaba a Leonor una herencia no esperada, se trataba de Villa Tokay una casa en la cual había pasado varios veranos siendo pequeña. El abogado le explicaba que la señora Méndez había deseado que la Villa pasara a su única nieta Leonor Parra.
El martes Leonor se pasó todo el día pensando qué hacer con Villa Tokay. Hacía años que no iba por el pueblo costero donde su padre había nacido, y no estaba segura de querer volver. Por otra parte era un recuerdo que guardaba con nostalgía en su mente y deseaba ver de nuevo aquel paisaje que tanto la había embriagado de niñez.
El miércoles ya tenía decidido vender la casa de su abuela. Tenía que volver al pueblo y buscar una inmoviliaria después de ver el estado de la propiedad. No sabía cómo había dejado Blanca su casa, si la había cuidado o por el contrario la había dejado que el paso de los años la destruyera.
Y por eso el jueves, cuando llegó Enara de una de sus últimas clases del instituto antes de empezar las vacaciones Leonor le soltó la bomba: se iban a pasar todo el mes de agosto en un pueblo costero olvidado en el mapa. Enfadada estuvo el viernes y parte del fin de semana, y el lunes por la mañana su hija amaneció sin refumfuñar y comprendiendo el motivo de un viaje tan repentino.
Julio pasó tan rápido que Enara, que acababa de cumplir 16 años ese mismo mes, se dio cuenta de que llegaba el día en que debía marcharse y aún no se había echo a la idea de abandonar la gran ciudad. Cuando se lo contó a Sandra, su mejor amiga y compañera de natación, ésta pasó de la incredulidad al asombro. Algo enfadada por el repentido abandono de su amiga a punto de llegar agosto, el mes preferido de ambas, se despidieron aquella tarde y Enara se marchó a su casa, con la promesa de que chatearían todos los días para ver como les iba durante el mes.
Enara se quedó encerrada en su cuarto preparando la maleta mientras cantaba melacólicas canciones y sintiéndose desgraciada por tal destino cruel.
A la mañana siguiente madre e hija partieron en un viejo Skoda Octavia, cargado hasta los topes de bultos y con la promesa de pasar unos agradables días una junto a la otra, o eso era lo que tenía en mente Leonor mientras escuchaba los contínuos reproches de su hija, que le iban entrando por un oído y salían por el otro.
Tardaron poco más de cinco horas en llegar a VillaMarina, el pueblo donde Leonor había pasado dos de sus mejores veranos siendo adolescente y justo antes de que sus padres se separaran y su vida se desmoronase nada más cumplir los 18 años.
2 comentarios:
Me parece una idea estupenda. Ya tengo ganas de que llegue el segundo capítulo.
gracias, espero hacerlo bien.
saludos.
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